-Sabes de sobra, que mi habilidad en el mundo del baile son inexistentes. -Mientras suspira, apoya su cabeza en el hombro de él.
-No te preocupes, solo déjate llevar. Aunque te debo decir una cosa, -acerca sus labios hacia el oído de ella y le susurra-. No me importa el baile, sino la bailarina. -Ella esboza una gran sonrisa.
Al mismo tiempo, da el único paso de baile que aprendió. Sus pies no entienden de coordinación pero aquel, si era el momento para que la entendieran. Su marido la seguía, a un ritmo más lento y le miraba. Era tan hermosa como siempre, al igual que cuando la conoció. Incluso sus pies se veían mejor.
Recordaba aquella tarde acompañada de su compañera, la silla de ruedas. En la que quedó postrada tras el accidente, el maldito accidente. En él, su marido y pareja de baile, murió. Iban de camino a una competición de baile, estaba algo lejos de su ciudad así que para mayor comodidad, eligieron conducir de noche. Para su desgracia, también un habitual de los bares y beber sin tregua, escogió conducir a esas horas.
Todo ocurrió tan rápido, el antiguo y destartalado coche del borracho impactó contra la feliz pareja. Cantaban la canción, su canción. Con la que se conocieron pero también se despidieron.
Aún sus patosos pies, recuerdan el único paso que aprendió con él. Sus piernas, impiden que sus pies se muevan al compás de la música. Aún recuerda la frase, que más le gustaba de su marido: "-Tú, eres mi bailarina."